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ERMITA DE LA VIRGEN DEL COLLADO

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ERMITA DE LA VIRGEN DEL COLLADO

Hoy está en desuso, pronta a convertirse en un centro de interpretación de la historia y la cultura de los Cameros. Es una construcción en mampostería y ladrillo con planta de cruz griega que se cubre con gran cúpula sobre pechinas.

De estilo barroco, fue levantada en la primera mitad del siglo XVIII y en su interior guarda diferentes piezas renacentistas y barrocas entre las que destaca la imagen de la Virgen titular, tallada en el XVII.

El origen

La ermita que hoy conocemos se reedificó en el siglo XVIII sobre otro edificio anterior que poseía la misma advocación, un santuario mariano que invocaba a la Virgen del Collado haciendo referencia al vínculo natural de la divinidad con el paisaje y la orografía. Las noticias de que disponemos sobre el primitivo edificio están relacionadas con el culto y no tanto con aspectos de su construcción. La ermita debía de ser anterior al siglo XVI, ya que la primera noticia es de 1506 cuando el párroco Miguel Andrés dejaba entre los legados de su testamento, otorgado el 13 de noviembre de ese año, tres libras de aceite a la iglesia o ermita de Santa María del Collado.

Las referencias aluden también a prácticas procesionales. El 5 de julio de 1561, fecha en que el cabildo y el ayuntamiento pactaron una concordia acerca de las funciones votivas y las misas de la villa, se estableció que en el día de San Roque se celebrara una misa cantada y una procesión hasta la ermita de Nuestra Señora del Collado.

Sería prolijo enumerar todas las mandas testamentarias que aluden en el siglo XVI al santuario y a la importancia que tuvo en la devoción y creencias de los vecinos de Nieva, que, o bien entregaban una donación pecuniaria en ducados o reales como limosna, o lo hacían en especie mediante libras o arrobas de aceite para la iluminación.

Algunos de estos fieles de Nuestra Señora del Collado fueron Juan García de Brieva que a su muerte en 1577 entregaba dos ducados a la ermita y María Fernández quien, dos años después, entregaba dos libras de aceite para la lámpara. Esta práctica era bastante habitual y se prolongó en los siglos siguientes dejando constancia de la actividad y funciones que tuvo el santuario.
Así en el siglo XVII vuelve a nombrarse la ermita como destinataria de las últimas voluntades de los fieles que entregan dinero y aceite como limosna, fundan capellanías o las acrecientan con cargas pías para cuyo cumplimiento se entregan sumas de dinero más importantes.
Así lo hizo en 1676 Lucía de la Riva fundando una capellanía de misas que debían celebrarse perpetuamente en Nuestra Señora del Collado. Como se verá, las capellanías de misas tenían una rentabilidad económica, a la par que con este sistema sus fundadores trataban de alcanzar el cielo con mayor celeridad, una vez sus ánimas estuvieran en el purgatorio.

Los descendientes de los fundadores de capellanías perpetuaban ese mecanismo gregando en ocasiones nuevas sumas de dinero, como Lucía Romero que en 1685 sumaba 200 ducados a la referida capellanía de Lucía de la Riva

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